Hoy apenas quiero acercarme a la casa de mis abuelos. Sé que suena extraño, pero es como si el color de una fotografía de repente hubiese desaparecido, ya no hay color ni vida, todo se ha tornado a un gris cetrino que incluso me causa malestar y algún que otro escalofrío.
Aún recuerdo la última vez que fui, crucé el umbral y me detuve un instante, quise recordar años atrás esa casa llena de vida, la casa en la que de niño recorría con miedo a que mi abuela mi gritase para saber qué es lo que estaba haciendo…
Aun puedo recordar claramente su voz, el temperamento hecho mujer, una mujer valiente y luchadora que no se achicaba con nada ni con nadie, una mujer que sacó a su familia adelante y que levantó esa casa con sus propias manos.
La señora Fe, como la conocían sus vecinos, la abuela Fe, como la recordaba yo….
Al llegar a la puerta de acceso a la cocina me detuve a mirar a través del cristal, al verla completamente vacía es cuando realmente fui consciente que esa sería una de las últimas veces que pisaría esa casa. El olor a leña quemándose en la chimenea, y el rincón del sofá donde cada día se sentaba mi abuelo se habían esfumado, imagino que ahora dará cabida al polvo y las arañas que camparan a sus anchas… (mi abuela se pondría negra).
Nunca olvidaré la cara de felicidad con la que te recibía cada vez que cruzaba esa puerta, y es que mi abuelo siempre tenía buenas palabras para mi, él era capaz de recordar citas con médicos o percances que yo había tenido y que ni siquiera yo recordaba, pero él es como si lo tuviese grabado a fuego en su mente.
Recordaba cuantas veces sentados alrededor de la mesa, mi abuelo me contaba cualquier historia de cuando era joven, de sus “amos” (como llamaba él a sus jefes), de la guerra, o de un familiar antepasado…. Cualquier cosa con la que yo le escuchaba embelesado, tanto por su relato como por la sorprendente capacidad de memoria que tenía.
Las risas que nos pegamos en esa cocina, cuando el abuelo chinchaba a mi abuela hasta el punto de hacerla cabrear para después terminar partiéndose de risa, y es que la risa de mi abuela era digna de ver. Era imposible estar a su lado y no terminar con agujetas en la tripa de las carcajadas. La mujer empezaba a saltar como un muelle y a ponerse cada vez más rojas y mientras mi abuelo mas la imitaba, ella mas roja se ponía.
Me cuesta trabajo imaginar cómo debe ser el dolor que sintió mi abuelo con la partida de mi abuela, cuando la persona con la que has compartido toda una vida de repente un día ya no está, cuando has vivido prácticamente cada instante de tu vida con ella, y de repente un día ya no tienes con quien compartir nada, imagino lo vacío que debió sentirse.
Mi abuelo siempre fue un valiente, al menos a mi me enseñó que a la vida hay que plantarle cara en todo momento, que cuanto más complicado nos lo ponen más hay que luchar, que cuanto más nos derrumben más fuertes nos haremos, que un Montejo no se derriba fácilmente.
Y que la vida es muy irónica, y quiso que mi abuela se marchase antes; la mujer que se confundía con las cuentas del rosario, la mujer que sentenciaba con sus palabras fue sin duda el nexo de unión de todos y cada uno de los integrantes de la familia, nos mantuvo unidos durante años y años, hasta que el destino quiso que terminase sus días en una cama de hospital.
Es muy duro ver como un ser humano se apaga lentamente, y más si es un miembro de tu familia, y como la vida es así de retorcida, el que maneja los hilos, decidió que había llegado su momento de marcharse, y así sucedió, y fue tal la estocada en la familia que desde entonces ya nada volvió a ser lo mismo.
Pese a la creencia de mucha gente, mi abuelo no sucumbió a la pena, pese a querer encarecidamente desde el primer día que mi abuela nos dejó que ese fuese su último día también, pero no fue así, y por suerte la vida quiso dejarme disfrutar de él varios años más.
Mi abuela era una gran mujer, pero yo siempre sentí especial debilidad por mi abuelo, y creo que parte de esa debilidad era bastante compartida por ambos, quizá sea solo una apreciación mía pero el día que empecé a tutear a mi abuelo supe que tenía un amigo, un padre y una persona que me quería de verdad y se preocupaba por mí, quizá ese día fue el principio de mi madurez...
CIerto es que desde que él se fué he sabido lo que es perder a alguien que realmente se lleva con el un trozo de tu alma, una parte de ti que ya nunca volverá, desde entonces apenas había vuelto a escribir y no he sido capaz de volver a coger un pincel, imagino que esta apatía será algo temporal, y que ya volverán esas ganas.
Y como digo, la vida, a la que le encanta jugar con estas cosas, quiso que él terminase sus días en el mismo lugar donde marchó mi abuela, acusado de la misma enfermedad, y las conjeturas, los astros o llámalo “x” creyeron conveniente que por un día de diferencia se marchase el mismo mes y como digo casi el mismo día que mi abuela.
Ahora sé que ellos deben estar muy felices, si es que algo nos espera al otro lado. Seguro que cada noche, antes de irse a dormir él la chincha hasta hacerle rabiar y terminan partiéndose de risa.
Hoy hay dos ángeles más en el cielo que nos cuidan y nos protegen y seguro que van de la mano y se sienten muy orgullosos de lo que crearon cuando tan solo eran dos humanos en la Tierra, y pueden estarlo, pues parte de lo que hoy yo soy se lo debo a ellos.
¡Os quiero abuelos!

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